La reciente propuesta hecha por el señor presidente de utilización de jóvenes para el desarrollo de actividades de inteligencia da cuenta de grandes yerros cometidos por el ejecutivo respecto a problemáticas sociales aun no resueltas. Por un lado, la seguridad democrática ha tenido resultados territoriales variopintos si tenemos en cuenta las tasas de homicidio y demás índices delincuenciales. Mientas en las zonas rurales y corredores viales los logros son significativos en las grandes urbes las cifras actuales se acercan a las aterradoras registradas hace más de diez años.
Por otro lado, respecto de la situación de la adolescencia y juventud la situación no deja de ser preocupante, son muchas las limitaciones que tienen nuestros adolescentes para acceder a un sistema educativo de calidad al tanto que se le ofrece en penosas campanas publicitarias como una panacea la formación técnica y tecnológica. Otros tantos que no corren con tanta suerte pasan a vincularse a la informalidad que en algunos casos cruza el límite de la legalidad.
Y por último, se crea el peor de los escenarios la mezcla entre una y otra problemática, un conflicto social no resuelto con las deficientes oportunidades para nuestros jóvenes y una absurda propuesta de cogerlos como sapos. Y es que una cosa es que las comunidades conscientes y organizadas prevengan el delito y lo denuncien oportunamente y otra que a sus sectores más vulnerables los quieran usar como informantes. Fenómeno alarmante sobre todo si tenemos en cuenta los penosos casos de la inteligencia colombiana relacionada con las llamadas “chuzadas” o los aun más vergonzosos “falsos positivos”.
Otro futuro se construiría en el presente si nuestros jóvenes fueran tratados como príncipes, como sujetos de derechos. Si los invitáramos a la fiesta de la democracia, con igualdad de oportunidades, con apoyo para el fortalecimiento de sus capacidades y talentos artísticos, culturales, deportivos, o académicos. Si sus familias (que no en todos los casos los acompañan) los rodearan con amor, ejemplo y autoridad. Si a los que se visten diferente (que cada vez son más) los dejáramos de ver como delincuentes.